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Dos mundos: rural y urbano

 

Las rencillas, la negación de saludos entre vecinos es más propio en los pueblos que en las ciudades, ya que hay más  roces y más diferencias de criterios morales, o al menos más conocidas por todos. Más envidia, pues hay conocimiento de las personas y de sus cualidades, virtudes y vicios, y de sus propiedades. También más desconfianza.

            En los sitios cerrados, aislados, crece el miedo, la penuria, y proliferan las amenazas como los hongos. El aislamiento produce violencia, alucinaciones, locura, ya que el hombre es un ser social y necesita comunicarse, relacionarse con los demás para no caer en su propio silencio y soledad. La prisión es el aislamiento institucional punitivo; por consiguiente, todo encierro y retraimiento implica una pena. La falta de estímulos sensoriales provoca desconfianza, miedo a los demás, brotes psicóticos, locura. El aburrimiento es dañino, puede acarrear depresión o trastornos de personalidad. La monotonía de los mismos hechos,  las mismas casas, las mismas  calles, las mismas caras, y sin posibilidad de sorpresa, es insoportable, de nervios.

            Respecto a la moral o ética, se puede decir sin lugar a equívoco, que tanto en el medio de urbanitas como de rústicos, se encuentran la codicia, el cinismo y la corrupción, lo que ocurre que en este último, aun siendo menos los casos, se ven más. Sin embargo, creemos que en el medio rural se vive en paz, sin problemas, con una vida sana y sin artilugios, pero estamos equivocados. Allí predomina la heterofobia (miedo al otro), ¿y de dónde procede ese miedo si todos se conocen? Precisamente, ahí está su origen: en la proximidad, en el conocimiento más profundo del otro, del que tenemos al lado, y tal vez nos hace la vida imposible, porque no puede soportar que estemos en mejor situación que él, que tengamos más cultura  y conocimientos, que vivamos mejor que él. Es la envidia rural, fuente de rencor y odio. En otras épocas, quizás hubiese una lealtad, una solidaridad de paisanaje, de vecindad, cercana a la que había en las tribus antiquísimas. Actualmente, esas cualidades sólo se manifiestan en los males y desgracias, jamás en el éxito y en la dicha.

            La riqueza de personalidades, de hechos variados, de formas de vida diferentes, de actitudes y costumbres, de múltiples posibilidades de trabajo, expansión y diversión, sólo se dan en las ciudades, con sus constantes cambios y mutaciones, sobre todo en la época actual. Los habitantes urbanos anhelan lo rústico y tienden a idealizarlo: aire puro, silencio, paisajes hermosos, sitios pintorescos, casi surrealistas; confianza y solidaridad; pero se olvidan del aburrimiento, de la monotonía, del chismorreo, de la falta de libertad para hacer lo que quieras, ir adonde quieras y reunirte con quien te dé la gana.

            Con todo lo que acabo y me queda por exponer, no quiero decir que lo pueblerino sea sinónimo de bruto, basto, bárbaro, metomentodo, sencillo, vulgar  e ignorante; y lo urbano lo sea de culto, refinado, libre, individualista, confortable y elegante. No, ni mucho menos, porque de todo hay en la viña del señor, y las viñas no tienen vallado. Pero todo va evolucionando, antes el campo era lugar de destierro; ahora lo es de relax y esparcimiento. Históricamente, la civilización es urbana en esencia y el mundo actual es por necesidad urbano. El campo lleva aparejado la servidumbre, el feudalismo y el clericalismo, y aun hoy día quedan algunos flecos de esta organización social; sin embargo, la ciudad es la madre de la burguesía, del proletariado, de los movimientos revolucionarios y de la libertad. Actualmente más del ochenta por ciento de la población vive en la ciudad, como consecuencia del comercio, industrialización, burocracia y del éxodo rural.

La globalización política, comunicativa, económica y social ha ido cambiando y a la vez homogeneizando la idiosincrasia de cada ciudad o pueblo, desapareciendo el tipismo, las singularidades, lo auténtico y originario de sus formas de pensar, costumbres, creencias, modos de vida de cada uno de ellos, lo cual no es óbice para que se sigan manteniendo tradiciones, lenguaje, fiestas y formas de ser peculiares de cada lugar.

            El poder público está dotando a los pueblos de servicios: polideportivos cubiertos, gimnasios, parques infantiles, bibliotecas, nuevas casas consistoriales, consultas médicas y enfermerías, centros de Internet, mejoras de comunicación, etcétera, etcétera. Ya no se puede decir que los pueblos están olvidados y dejados  de la mano de Dios, puesto que tienen casi todos los servicios, pero por desgracia, se están convirtiendo en residencias de ancianos con asistentes sudamericanos, magrebíes o europeos del Este. ¿Para qué se quiere tantas instalaciones y servicios públicos, si no hay personas que las utilicen? ¿Para qué las instalaciones deportivas? ¿Para los ancianos  que apenas pueden moverse? ¿Y las bibliotecas, si por desidia e ignorancia nadie se ha visto nunca con un libro en la mano?

            Muchos pueblos de España se abisman en un declive progresivo, secular y desgraciadamente casi irremediable, si ya no se toman las medidas oportunas a través de un plan general y atendiendo a las posibilidades económicas de cada pueblo, aplicación de programas con un enfoque localista y destinados a incentivar el empleo fijo con inversiones y recursos públicos, pero también privados. Creando pequeños comercios e industrias derivados de los productos autóctonos de cada lugar, fomentando mercados locales y regionales para dar salida a dichos productos transformados  y sin transformar; campañas publicitarias de turismo local y comarcal, mejora de las vías de comunicación…

            Las formas de propiedad también tienen mucho que ver con el éxodo y estancamiento económico rural. La propiedad privada es un derecho constitucional con ciertas limitaciones, que los titulares deben adaptarla a la modernidad y a la creación de empleo. Y pongo como ejemplo y modelo la economía rural de los países de Europa Occidental. Nada que ver con la de nuestro país.

Lo rural en nuestra Andalucía y en España no es una cuestión de moda o esnobismo, es un tema de vital importancia para la subsistencia y permanencia  de los pueblos y aldeas. Para ello hay que planificar, programar y actuar a medio plazo, con criterios estudiados, lógicos, científicos y adaptados a la riqueza económica de cada pueblo o comarca. Los planes provinciales no pueden ser inversiones mendigadas que  sólo sirvan para tapar el hambre de un día y llenar algunos bolsillos. El primer paso es indignarse por lo que hay y por lo que tenemos. Hay que cambiar de mentalidad y, si es posible, elegir a alcaldes y concejales honestos, sin mácula, instruidos y capacitados, demócratas, con entusiasmo y ganas de progresar, cambiar y rectificar lo mal hecho.

Se puede profetizar que, si no hay cambios urgentes, el mundo rural desaparecerá o quedará reducido a la casi nada. Una desgracia.

 

Antonio Mena Guerrero              6 de marzo del 2019

 

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