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Este título puede inducir a error no querido, y es que la de ayer no fue una reunión de frailes, sino de antiguos compañeros del Colegio Menor San Francisco de Ronda, que estudiaban allá lejos en el tiempo y alejados de sus respectivas familias, entre la década de los sesenta y setenta.

Después de tantos días de lluvia, nos acompañó un día espléndido de sol radiante y suaves temperaturas, en un marco campero, pero de confortables comodidades, gracias al generoso anfitrión, Juan Cruzado, alias Perote.

En un mundo de envidias, infundios, mentiras; de zancadillas en una competencia desleal, y en un tiempo de atropellos, escándalos continuos, aceleramientos, y de amnesia general, treinta y cinco sesentones pusimos todo patas arriba: el mundo, el tiempo y la memoria. Gente normal, educada, de pueblo y de buenos sentimientos recordando con gracia y arte un pasado repleto de horas de estudios y clases; también de fútbol, y no exento de incomodidades, carencias y quizás de alguna broma pesada, pero con la alegría propia de una edad temprana para todo; con ausencia de remordimientos, de complejos, del temor al qué dirán, con una camaradería tal vez olvidada en esta época.

En una sociedad tan longeva como la nuestra, es importante mirar un poco hacia atrás para ver lo que fuimos y comprender lo que hemos cambiado, para seguir siendo compañeros franciscanos, amigos de muchos años, y quedarnos con los buenos recuerdos de una adolescencia un poco inocentona, aunque con ganas de cambiar el país, el mundo...

Ayer, 24 de noviembre,  en un día inolvidable, con buen mosto, sabrosos aperitivos, exquisito arroz de conejo y animadas conversaciones, regresamos a los tiempos juveniles para abonar antiguas amistades y comprometernos a futuros encuentros.

Gracias, muchas gracias, compañeros y amigos, por un feliz día. Un fuerte abrazo para todos.

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